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Buscando Al Perdido
Hace muchos años en una pequeña ciudad americana, un niño de cuatro años se extravió de su casa. Dentro de unas cuantas horas, su mamá lo reportó como perdido a las autoridades. Casi inmediatamente se formó una unidad par buscar al muchacho. La noticia pronto llegó al resto de la comunidad. La mayoría de los negocios locales se cerraron para que cada persona disponible se uniera a la búsqueda. La urgencia era grande porque era tiempo de frío y todos sentían que el niño no podría sobrevivir la primera noche. Afortunadamente, el niño fue encontrado a la caída de la tarde. Sin duda, para muchos, especialmente su familia, esto fue motivo de agradecimiento, alegría, y celebración. Algunos veinte y cinco años después, el niño de la historia, ya un hombre casado con familia, se perdió de nuevo. Sin embargo, esta vez no fue como la primera. En esta, también se extravió de su casa, mas esta fue una pérdida moral y espiritual. Sus salidas y borracheras con sus amigos casi todas las noches, fueron la causa de que su esposa recogió a sus niños y lo abandonó. Ahora, cada trabajo que conseguía, lo perdía debido a su preferido estilo de vida. Ahora estaba más perdido que nunca, mas esta vez no se formó una unidad para ir a buscarlo. Ahora parecía que nadie se interesaba por él. ¿Porqué no? ¿Acaso de repente habían llegado a ser fríos, crueles, e indiferentes sus vecinos? ¡En ninguna manera! El problema era que ahora, ojos naturales no podían ver lo perdido que estaba, y esto es lo triste del asunto. En la primera pérdida estaba la posibilidad de muerte física; en esta, la posibilida de condenación y muerte eterna. Es más triste todavía que aquellos que tenemos ojos espirituales, a veces actuamos como si no los tuviésemos. Cada momento, hay almas que se acercan más y más a una eternidad sin Dios y su perdón. ¿Que se puede hacer por estos espiritualmente perdidos? Podemos empezar orando por ellos. Después les podemos dar un tratado evangélico, o hablarles de Cristo, o invitarlos a la iglesia. Hace muchos años, en el capítulo seis del segundo libro de los reyes, el profeta Eliseo oró que Dios le abriese los ojos espirituales a su asistente. Quizás esa debiera ser nuestra oración para nosotros mismos.
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